domingo, 19 de agosto de 2012

INFANCIA

Contemplando mi ajado álbum de fotos viajo a mi infancia, rodeado por los brazos maternos, entre olores de lavanda y heno de Pravia, de flanes de vainilla caseros, de canela en rama, de jazmines blancos. Miradas casi olvidadas de recuerdos infinitos entre estufas de leña y fogones de camping gas. Aromas de escabeches y arroces en cocinas económicas llenas de cortinillas bajas y fregaderos de piedra. Abuelas de negro permanente en lutos varios rodeándote entre sus brazos, mientras, hacendosas con su sempiterno mandil, servían al marido con muda obediencia. Emisiones en blanco y negro del único canal estatal entre efluvios de pan tostado con aceite. Suelos quebrados de cerámicas imposibles y papeles pintados humedecidos entre platos colgantes de santos varones y cuadros de ciervos masacrados. Despensas llenas de puntillas, platerías de filo dorado, copas de esgrafiado vulgar y botellitas de agua del Carmen... para los sustos. Un padre ausente, de olvidada emulsión Myrsol, trabajando a destajo, domingos inclusive. Juegos de combas y pelota en el pasillo, infancia perdida, recuerdos inalcanzables. Ya no existe nada de esto. Tristeza y añoranza.

domingo, 5 de agosto de 2012

SERMÓN

Apostado de rodillas, sobre la fría banca de esta iglesia, mis manos orantes imploran la redención. Solo ante Dios pido misericordia por una vida llena de nubes y sombras. El pórtico principal abre sus puertas y un haz de luz se introduce hasta el altar. Murmullo de voces, rumor de ropas y taconear de zapatos nuevos oscilan por la acústica mural de este templo de llanto y gozo. Sigo con mi dura genuflexión sobre la madera obviando la gente que empieza a rodearme. De golpe el silencio se instala entre el público asistente. Elevo la vista y sobre el púlpito aparece una figura mayestática, solemne, radiante, pura. No es el capellán de siempre. ¿Qué está pasando aquí?. ¿Por qué esa barba blanca que me ciega?. ¿Estaré viendo a Dios?. Inicia su arenga, empieza su sermón. Su voz cala mis huesos y me hace llorar. Los presentes se postran sin remisión a la fuerza vibrante de aquellas palabras y la paz llena nuestros corazones. Soy feliz y estoy pleno. Lloro y vació mi inmundicia. Arrepentimiento.