miércoles, 29 de septiembre de 2010

HASTÍO

Mi cabeza se apoya levemente sobre mis brazos cada vez menos tersos. Tiempo implacable que no perdona ni un segundo de vida. Contemplo la danza euménica de las motas de polvo al trasluz mientras mi mente decide no recordar mi nombre. ¿Quién soy?.
Oigo algo. Debe ser el ruido de las sombras de las almas en pena que recorren el submundo en su castigo divino. El día ha pasado segundo a segundo, largo y extenuante, portador de desidias inconmensurables y residentes. Mi cuerpo languidece, acurrucado en un hueco de la cama, aburrido y sin rumbo. No quiero levantarme, no tengo nada que hacer.
¿Estaré solo en el mundo?.
Días ha que no me arrastro por las calles perdiéndome entre la multitud indómita de esos recipientes llamados humanos. Qué necesidad tengo de ser persona cuando soy capaz de mimetizarme con la nada. No siento nada. Mi teléfono está muerto. El timbre de la puerta se ha caído. Cubro mi cuerpo desvalido y mundano con un sudario de hastío. Espero mi momento. Mientras tanto, no soy nada.

sábado, 25 de septiembre de 2010

OTOÑO

Sol apagado, nubes traicioneras, manto de hojas secas. Sombras invisibles en un paisaje ocre donde se derrama la lluvia constante con su martilleo sonoro. Decadencia de la edad en pliegues cutáneos que buscan al fuego redentor de la tibieza. Miradas tristes en cristales empañados sobre un cielo mortecino, perlados del hálito de la vida en forma de vaho. Humedades ambientales que penetran en nuestros tuétanos y retuercen las osamentas en la forma imposible de un escorzo churrigueresco. Pieles evocadoras de broncíneos momentos del estío pasajero y pasado que reclaman un poco de calor. Sonatas, cuentos, flores, todas ellas de otoños cinematográficos que proclaman el derrumbe de los sentimientos. Depresiones renacidas que nos consumen en habitaciones cerradas, con la banda sonora de fondo del tic-tac de nuestros relojes de cabecera. Tormentas intestinas que nuestras mentes desarrollan en forma de palabras arrojadizas hacia la nada.
Estoy esperando, como cada año.
La caricia del sol empieza a desaparecer para convertirse en el percutor golpe de las gotas de lluvia sobre mí cuerpo. Mi piel se eriza por el ataque implacable de los primeros vientos del norte y resignado veo como las nubes cubren, con su anodino devenir, el azul de la felicidad y de la vida.
Otra vez el otoño. Otra vez la tristeza. Otra vez yo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

OCASO

Entre las lamas de mi persiana oteo el horizonte del bloque de enfrente. Grietas y cascajos de construcciones gloriosas. Parece que la luz desparece más allá, en un ocaso interminable y dubitativo.
El día no quiere morir y teme a la noche, portadora de selénicas lumbres y ritos ancestrales. Las nubes, tímidas, engullen al rey sol con ávida gula, necesitadas de un poco de calor tras su arduo viaje entre céfiros y catabáticos.
Sentado en mi selvática terraza, culmen de mis intentos frustrados en botánica, entrecierro mis ojos contemplando como un día más de mi vida desaparece sin tregua. Óbito sin ceremonia, lucha sin cuartel, triunfo de la oscuridad. Me enfrento a una noche más, con miedo al mañana y al frío del amanecer que con sus manos gélidas apelmazan mis sentidos.
Y como trazando una elipsis vuelvo a estar en mi terraza, esta vez utilizo mi mano como visera, para ver de nuevo como el día se rinde ante las tinieblas. Cierro mis ojos. Sé que no estoy muerto porque mi corazón late, pero en un futuro no muy largo, el ocaso entrará en mi cuerpo y lucharé por amanecer un día más entre lágrimas de vida.