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Rosas rosa para el primer amor, claveles rosa para el último estertor. Color maldito entre el macho y objeto de mofa hasta que la modernidad lo elevó a los altares en forma de fucsia o de chicle. Color preferido para las hembras de corta edad evocadoras de princesas de cuentos de hadas o de obligatoriedad conservadora de las madres diferenciadoras de sexos. Sensaciones cálidas, mezclas imposibles de amarillos y rojos que dan calidad secundaria a un tono lleno de felicidad y alegría. Pintalabios festivos, lacas de uñas veraniegas, sombras de ojos nocturnas. El rosa inunda los crepúsculos y los amaneceres contemplados con admiración y consenso. Los palacios barrocos amaron y cuidaron sus mármoles rosas y sus estancias pintadas en esa suerte de escorzos y cromatismos ácidos precursores de las tonalidades pastel del rococó. Cintas del pelo, relojes de plástico y zarcillos de sevillana. Tonos de rosas inundan nuestra piel, nuestra boca, nuestra lengua, nuestras intimidades. Somos rosa interior y exteriormente. Amemos en rosa, hombres y mujeres, hombres y hombres, mujeres y mujeres. Color de libertad, color de amor y fraternidad, color de vida.
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