miércoles, 24 de octubre de 2012

MANOS

El campo se tiñe de hojas muertas. Una capa de susurros envuelven mis pies cansinos tras horas de deambular. Los altos álamos impiden que el sol furtivo penetre entre los ramales, que en su danza orgánica se unen. La luz ocre convierte mi cuerpo en una presencia marrón, sucia, oscura. Mis manos llenas de rasguños y sangre seca intentan recordar su función. Un día más me he levantado entre las cuatro paredes de mi cabaña construida en medio del bosque del dolor. No es necesaria la ropa: estoy solo. Mi cuerpo se cubre de la mugre de infinitos días de soledad y hastío. Apenas mastico un mendrugo de pan. No tengo rumbo, no sé adonde voy. ¿Por qué mis manos huelen a muerte?. Un segundo de lucidez me presenta a una joven perdida entre los arbustos. Mi instinto sexual abalanzándose sobre su blanca piel, enhiesto. Un grito, un fogonazo de dolor, mis manos en su cuello, mi mente asustada, la huida asesina. Seguiré corriendo entre el ramaje para que sus azotes sean mi placer mientras huyo de la mundanal gente. Quiero estar solo. Nadie me entiende. Solo.

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