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Entre la humanidad de este espacio cerrado esparzo mis mejores movimientos en busca del rito del apareamiento. Geles, cremas y perfumes se funden en un elixir superficial que envuelve la atmósfera entre hielos secos, rayos y brillos de espejo. Relucen los mejores atavíos y los afeites más ostentosos de los entregados a los ritmos vacilantes de las tendencias comerciales. Como un halcón oteo una nueva víctima, a poder ser, rubia, estilizada, minimalista. Cogida a una copa, una bella náyade hace oscilar su cuerpo alrededor de un pequeño vestido rojo a conjunto con sus carnosos labios de carmín enfurecido. En trance místico y cercana al extasis teresiano, abre sus enormes ojos y me mira, rapaz y entregada, mientras se mesa automáticamente su hermosa melena. Entre murmullos y roces me acerco, rígido y sonriente, para atacar a mi presa. Sin contemplaciones, la tomo del brazo, la miro fijamente y sin mediar palabra, la beso, empujando mi lengua hacia la seda de su boca. Noto como sus piernas se aflojan y mi pene hormiguea inquieto. Seguro que ella está húmeda. Nos separamos y nos miramos. Momento para el coche, la cama y el sexo... Ella es mi novia de hace cinco años y estos son nuestros juegos. ¿Te apuntas a mi fiesta?.
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