martes, 1 de noviembre de 2011

PADRE

Los años me llevan a olvidar tu rostro, pero mi mente lucha por recordar tus ojos grises. Envuelto en la alegría del día a día del trabajo, con las únicas ilusiones del sacrificio paternal como meta y esa lucha diaria por llevar una casa rota... Recuerdo los olores del campo, del espliego y el romero, cuando tu día festivo lo dedicabas cogido de mi mano a pasear entre moras y caracoles, almendras y espárragos. Qué poco te conocí y cuanto tiempo le diste a ese ente llamado trabajo. Cuántos sentimientos encerrados en ese cuerpo gracioso, sensible y preparado para recibir los embites de la vida. Los años pasaron y tu corazón se fue marchitando. Una isquemia. Dicen que solo lo tienen aquellos que alojan un gran corazón y de tan grande que se hace en el pecho, desfallece. No fue un proceso fácil: los ahogos, el cansancio, las escaleras. Intenté quitarte esa roca pero no pude. Me dijiste hasta luego en aquella sala de pruebas y nunca más pude contemplar tus ojos, te dejaste ir y me dejaste aquí, con una pena honda en el alma. Pero quiero decirte, que te quiero con toda mi alma y que algún día te daré el abrazo que no pude darte. Dejadme que diga la palabra padre por última vez. Padre. Papá.

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