sábado, 23 de abril de 2011

MADRE

Mi corazón está triste y compungido. Los dedos del dolor arañan mi alma rascando viejos fantasmas. Cuánto duele no decir nunca más "madre". Un vínculo invisible que nos amarra a un vientre de por vida. Un desgarro interior cuando contemplas el último suspiro. Un último perdón por tantas cosas buenas y malas que has tenido que compartir con ella en esta complicada vida. No hay tiempo para el adiós. Los años marchitan la fuerza materna, postran en sillas de ruedas ilusiones mientras la mente languidece y el cuerpo empieza a pudrirse. Luchas imperecederas contra el tiempo para salvar un día más sin que el dolor aceche sobre la medicación. Alegrías momentáneas de lucidez y conocimiento que llenan el espacio de luz. Sentado en la habitación del hospital recojo sus cosas: un peine, el talco, una rosa. Ya no hay toses, ni llantos, ni besos. Sólo yo velando una cama vacía de la que no me he separado para apuntalar los segundos. Estoy triste y solo. Ya no podré estar más con ella. La ley de vida se ha impuesto de nuevo con su lazo negro. Me levanto y abandono la estancia. Cierro la puerta. Cierro un capítulo de mi vida y empiezo la de mi horfandad. Adiós mamá.

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