martes, 22 de febrero de 2011

GRIS

Salgo al asfalto de la ciudad contemplando el cielo encapotado. Pequeñas lágrimas de lluvia adornan los adoquines de pasadas vías imperiales. Con un gesto mundano, paro el autobús en un esfuerzo anodino por iniciar un nuevo día. El humo gris envuelve su enloquecido arranque en dirección a nuevas paradas. Hoy he elegido mi traje de tonos grisáceos a conjunto con mi paraguas plegado con el arte de los lisiados. El timbre resuena en el cubículo avisando la urgencia de mi bajada. Se cierran las puertas y contemplo por enésima vez la grandeza del hormigón y el acero que acoge mi lugar de trabajo. Los cristales ahumados dan ese toque marengo a un exterior racional. Paso el día entre cuatro paredes blanquecinas, ensuciadas por la mano del tiempo. Mi pequeña orquídea da el contraste a los muebles grises que me envuelven. Miro el reloj de pared que como un coloso me indica que son las 5 de la tarde. Recojo mis pobres pertenencias y me encamino de nuevo a la parada. El cielo está esta vez de un gris perla amenazador pero no llueve. Me siento y entrecierro los ojos de mi vida. Despierto a contraluz y bajo con la urgencia del solitario. Ya estoy en casa. ¿Quién decidió pintar de gris las paredes?. Fue ella. Pero ella ya no está. Se fue esparcida en el aire en forma de grises cenizas. Subo a la habitación. Me cubro con mi edredón gris. Apago la luz. Mañana será otro día.

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