sábado, 17 de septiembre de 2011

SALIDA

Perdido entre los pasillos de un laberinto a medio camino entre la ciudad y la vida, engullido por el enjambre de personas que corren por hormigueros en busca del pan de cada día, sigo empeñado en buscar una salida. Mi traje está arrugado, mi camisa está ajada y mi corbata torcida. Mi barba roza la solapa de mi chaqueta y mis uñas parecen salidas de una tumba. Aprisionado en el metro espero a que se abra una puerta, un escape al agobio matutino de los antihigiénicos, de la humedad del ambiente, de las colonias baratas. En cada parada sube más gente y el respirar se hace imposible. El olor acre de un viejo desconocedor del gel de baño inunda el vagón. No puedo más. Llegamos a la estación y arrambo con toda una legión de urbanitas que me miran con la mala cara de los cívicos. Consigo salir y veo ante mí un largo pasillo. Mis cervicales crujen por la tensión y doy mis primeros pasos en dirección a un mundo nuevo. Los fluorescentes me acompañan en este viaje final, mis pies caminan veloces bajando escaleras, mis pulmones se quejan por el vaho de los arcenes, mi boca describe su rictus final cuando piso la vía. Una sacudida envuelve mi cuerpo mientras hago equilibrios por la catenaria. Al fondo veo una luz. Será una salida. Mi cuerpo huele a quemado. La luz se acerca. Pitido final.

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