jueves, 10 de marzo de 2011

TORSO

Abrazado a mi almohada solitaria despierto con miedo a no encontrarte. Extiendo la mano y solo palpo el algodón de la sábana, frío y húmedo. Quisiera chocar con la dulzura de tu cabello, ensortijado por la naturaleza. Quisiera apoyar la mano en tu torso y jugar con tu vello mientras reclino mi cabeza sobre tu hombro. Me gustaría hacerte confidencias al oído mientras tú sonríes con la seguridad de tu belleza. Pero hoy no hay nadie. Mejor decir no hay nada. La cama está vacía, la casa está vacía, yo estoy vacío. Entregado al amor de la madurez, con tesón y desesperación, he pagado mi deuda. Juventud indómita que hace cabalgar a tus corceles en busca de sus semejantes abandonando la senectud y la experiencia. Te fuiste queriéndome con toda el alma pero huíste de una fisonomía que día a día envejecía. Enorgullecido de tu veintena henchías tu torso como un gallo de pelea en busca de la lucha sexual que yo te propugnaba. Solo me quedan los recuerdos, tus marcas en mí, tu voz lánguida. Cierro los ojos. Déjame acariciar por última vez tu pecho, déjame sentir que aún soy hombre, déjame ser tu torso. (Texto aportado por Carlos Mesa, gracias).

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