lunes, 27 de diciembre de 2010

INVIERNO

Mi mirada se ha congelado observando la distancia. Creo ver carámbanos bajo los tejados de lejanas casas. El viento helado se cuela por mi bufanda y se aloja en mi corazón. Soy pasto del hielo que cae de mis ojos ante la angustia de tu partida. El humeante café reconforta mi alma ante la espera. Mis manos no tiemblan de frío sinó de tristeza. Mañana, a esta hora, ya no estarás. Habrás partido a tierras indómitas o quizás a urbes pantagruélicas para perderte por siempre jamás. No sabré ni podré encontrarte, no querrás que te encuentre. Empieza a caer la nieve para regocijo de los chiquillos que gritan en la calle. Para mí esa nieve es símbolo de negrura, la de ese tunel sin salida en el que en breves segundos me voy a sumergir. Oigo la puerta del balcón, oigo tu respiración. Un paso, dos y una mano posada en mi hombro. Calor, eso sí es calor, me abraso, no hay invierno. Tu voz queda dibuja un tímido adiós. Mi boca herrumbrosa no se articula. Tu mano desaparece, no hay contacto, el helor se instala en mí. Mi taza se ha caído y se ha hecho trizas, como mi corazón. No tengo nada mejor que hacer. Me voy a quedar aquí todo el día hasta convertirme en un patético muñeco de nieve. Eso es lo que soy. Patético.

No hay comentarios:

Publicar un comentario