sábado, 4 de diciembre de 2010

LABERINTO

Sobre el fondo azul del cielo emergen las líneas rectilíneas de un laberinto. Desnudo y pisando la hojarasca otoñal, inicio mi camino multicursal hacia la deriva. Los altos arbustos no me dejan ver y noto una presión latente en mi pecho. Sé que no hallaré el centro, símbolo de mi triunfo. Mi caminar leve se transforma en un trote cansino a medida que pasan los minutos. No sé donde estoy y busco salidas. Las tupidas ramas azotan mi cuerpo prefigurando mi martirio anodino. La tarde cae y el suelo empieza a humedecerse. Mis pies són dos manchas de barro que patinan en la pista yerma de la vida. A lo lejos veo un claro, una salida. Ahora soy veloz como el viento, renuevo mis fuerzas con ilusiones renacidas en busca de una meta. Los pájaros han dejado de cantar, el cielo se ha encapotado, hay un presagio. He llegado y bajo el caprichoso templete barroco encuentro el cuerpo inerte de ella. Marfil sobre mármol. Me acerco y acaricio su rostro. Ya es tarde, otra vez se ha adelantado la Parca y tomándola en mis brazos me arrodillo piadoso en la tierra para gritarle a ese dios su injusticia. Arrecia el aire y cae la lluvia. Esperaré ahí, sentado, abrazado a ella, que el hambre y el frío me lleven de vuelta. Estoy perdido.

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