martes, 5 de octubre de 2010

ODIO

Mi alma se emponzoña al verte. Sé que tu presencia me hiere pero mi corazón vibra. Las miradas lanzan dardos hirientes mientras froto mis manos con desazón. Mis músculos tensos rompen mi cuello al rotar.
Vete. Déjame en silencio. Que pasen los días sin tu presencia, que note el frío recorrer mi espalda por las noches. Desaparece. No quiero escuchar quejas ni lamentos; ni juramentos ni perjurios. Solo quiero saber que es lo que siento cuando contemplo tu semblante. No acabo de entenderlo. Dicen que es odio.
Sentado en un rincón del pasillo oigo el vaivén de bolsas, de viajes sin retorno, de dudas sin respuesta. Contemplo el polvo acumulado del suelo a la espera de esa ventisca que eliminará toda la suciedad del alma. Pensamientos impuros se suceden en microfilmes expeditos por mi mente. Olvidar. Golpear. Matar.
Huye. Duerme león de mis entrañas y sigue observando como aquello que amaste hasta el infinito ahora solo es un elemento de odio. Nos miramos de nuevo. Me dices adiós con los ojos. Cierro los míos hasta que oigo el eco de la puerta.
Paz.

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