miércoles, 28 de marzo de 2012

CASTIGO

La casa está en silencio. Sentado en mi camastro contemplo mis ajadas rodillas que asoman bajo el pantalón corto. La pared resquebrajada presenta una herida en forma de moho. La puerta combada por la humedad amarillea en su intento de cerrarse. La luz verdosa de la sucia tulipa titila amenazante. Hoy es viernes y he acabado las clases de la semana. Mis amigos están en la calle corriendo, escondiéndose, riendo. Yo espero la llegada de mi padre porque no me deja salir. Son las ocho de la tarde. El sol se esconde detrás de la uralita del tragaluz. Tarda más de la cuenta. Se estará bebiendo la semanada mientras fanfarronea con sus amigotes de barra sucia y putas baratas. Ya tengo doce años y no voy a permitir que me castigue más. Su última paliza me dejó inconsciente. No sé porqué me pega si me porto bien. Los vapores etílicos envuelven su hombría paterna y se revela contra mí como un vulgar impotente. Las llaves silenciosas topan con la cerradura y la puerta se abre entre accesos de tos nicotínica y primeros síntomas de cirrosis. Grita mi nombre mientras oigo como se desliza el cinturón de su pantalón. Sentado espero. No lo voy a permitir un viernes más. La puerta se abre en un exabrupto y aparece ese ser zafio llamado padre violador y castigador que no merece la vida. Recibo el primer correazo con devoción. Es el último. Sonrío, me levanto, me grita, me acerco y saco mi mano de detrás de la espalda. Veo sus ojos inyectados en el brillo del filo del cuchillo. La sorpresa se instala en su rostro cuando su pecho se convierte en una flor rosada de sangre. Le escupo. Muerto en el pasillo me voy hacia la mesa del comedor. Voy a hacer mis deberes. Luego llamaré a la policia.

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