miércoles, 22 de septiembre de 2010

OCASO

Entre las lamas de mi persiana oteo el horizonte del bloque de enfrente. Grietas y cascajos de construcciones gloriosas. Parece que la luz desparece más allá, en un ocaso interminable y dubitativo.
El día no quiere morir y teme a la noche, portadora de selénicas lumbres y ritos ancestrales. Las nubes, tímidas, engullen al rey sol con ávida gula, necesitadas de un poco de calor tras su arduo viaje entre céfiros y catabáticos.
Sentado en mi selvática terraza, culmen de mis intentos frustrados en botánica, entrecierro mis ojos contemplando como un día más de mi vida desaparece sin tregua. Óbito sin ceremonia, lucha sin cuartel, triunfo de la oscuridad. Me enfrento a una noche más, con miedo al mañana y al frío del amanecer que con sus manos gélidas apelmazan mis sentidos.
Y como trazando una elipsis vuelvo a estar en mi terraza, esta vez utilizo mi mano como visera, para ver de nuevo como el día se rinde ante las tinieblas. Cierro mis ojos. Sé que no estoy muerto porque mi corazón late, pero en un futuro no muy largo, el ocaso entrará en mi cuerpo y lucharé por amanecer un día más entre lágrimas de vida.

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