sábado, 25 de septiembre de 2010

OTOÑO

Sol apagado, nubes traicioneras, manto de hojas secas. Sombras invisibles en un paisaje ocre donde se derrama la lluvia constante con su martilleo sonoro. Decadencia de la edad en pliegues cutáneos que buscan al fuego redentor de la tibieza. Miradas tristes en cristales empañados sobre un cielo mortecino, perlados del hálito de la vida en forma de vaho. Humedades ambientales que penetran en nuestros tuétanos y retuercen las osamentas en la forma imposible de un escorzo churrigueresco. Pieles evocadoras de broncíneos momentos del estío pasajero y pasado que reclaman un poco de calor. Sonatas, cuentos, flores, todas ellas de otoños cinematográficos que proclaman el derrumbe de los sentimientos. Depresiones renacidas que nos consumen en habitaciones cerradas, con la banda sonora de fondo del tic-tac de nuestros relojes de cabecera. Tormentas intestinas que nuestras mentes desarrollan en forma de palabras arrojadizas hacia la nada.
Estoy esperando, como cada año.
La caricia del sol empieza a desaparecer para convertirse en el percutor golpe de las gotas de lluvia sobre mí cuerpo. Mi piel se eriza por el ataque implacable de los primeros vientos del norte y resignado veo como las nubes cubren, con su anodino devenir, el azul de la felicidad y de la vida.
Otra vez el otoño. Otra vez la tristeza. Otra vez yo.

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